Entrevistas - Diálogo con Daniel Hernández
15/03/13 |Daniel Ramón Hernández nació en
Pueblo Nuevo el 10 de mayo de 1953. Hijo de Ramón, inmigrante español y
empleado del ex Frigorífico Gualeguaychú; y de Noelia Raffo.
“Por parte de mi madre desciendo de chacareros
asentados al norte de la ciudad. Una familia conocida por ser ebanista y
carpintera. Fueron los que construyeron varios de los altares de la
Catedral y todo el maderamen del órgano de nuestro templo mayor”, dirá a
manera de presentación. “Soy el menor de dos hijos, y provengo de una
familia de trabajadores como casi todos en Pueblo Nuevo. Mi hermano
mayor se llamaba Ricardo y falleció hace cinco años”, completará.
Hernández desde la cuna trae el compromiso colectivo de ayudar a la
comunidad. No es casual que sea considerado como el alma de la Defensa
Civil de la ciudad, aunque él lo niegue y siempre remita “al trabajo en
equipo de mucha gente anónima pero responsable”.
En el diálogo que mantuvo con EL ARGENTINO, recuerda sus inicios y
anticipa lo que hace falta para mejorar en materia de emergencias
colectivas.
-¿Cómo fue su formación inicial?
-Provengo de la escuela pública. La primaria la hice en la querida
Escuela N° 10 “Leopoldo Herrera” que hoy lleva el número 9 y está
ubicada en Pueblo Nuevo. En ese barrio transcurrió mi infancia.
Jugábamos en el potrero del ex Frigorífico y hacíamos “esquina” con los
muchachos de la cuadra. La secundaria la hice en el Anexo Comercial del
Colegio Luis Clavarino. En cuanto a estudios superiores, hice unos años
en la Facultad de Ingeniería en La Plata, que por circunstancias que no
vienen al caso quedó inconclusa. Lo que quiero remarcar es que siempre
mantuve contacto con mis señoritas maestras, especialmente para el Día
del Maestro, ocasión que me acerco para llevarles una flor. Fui educado
en el concepto de que las señoritas maestras era toda una autoridad
social. Lamento no tener más frecuencia, pero de vez en cuando incluso
sigo visitando mi querida escuela de Pueblo Nuevo.
-¿Y la vocación por Defensa Civil?
-Llego por circunstancias complejas y procesos largos. En la década del
’70 se cruzan dos cuestiones: dificultades políticas y sociales críticas
para los cuales sentía que no estaba preparado y la conflicto para
integrarme a un mundo nuevo como era La Plata en aquellos años. Para
colmo me doy cuenta que Ingeniería no era exactamente lo que me llamaba
como vocación. Así vuelvo a Gualeguaychú y me acerco, gracias a algunos
amigos, al Cuartel de Bomberos Voluntarios.
-Siempre hay una mano que nos lleva. ¿Cuál fue la suya?
-En mi caso fue Miguel Melo, que fue quien me introdujo en el mundo de
los Bomberos Voluntarios. Él es mi hermano del alma. Nos conocíamos del
barrio, fundamentalmente de las actividades de la parroquia “Cristo
Rey”. El padre Elbio Benetti había reunido a un grupo de muchachos entre
14 y 15 años, fundamentalmente para armar grupos de amistad; de hecho
se llamaba así “Grupos de Amistad”. Ahí lo conozco a Miguel. Trabajamos
colaborando con Cáritas en la erradicación de los ranchos ubicados en
los bajos de Pueblo Nuevo, y que comprendía la zona donde actualmente
está enclavado el Anfiteatro, sobre la Costanera Sur. Eran rancheríos
extremadamente humildes y se hace un plan para crear los Barrios
Esperanzas, Yapeyú y Villa María.
-¿Qué hacían?
-A través de Cáritas preparábamos los muebles que serían parte de esos
hogares. Con muchas de esas familias que fueron trasladadas sigo en
contacto y estamos hablando de casi 45 años atrás. Incluso cuando los
visito todavía tienen la mesa en la cocina que nosotros habíamos
preparado o el armario o ropero. Es emocionante encontrarse con esos
objetos de uso diario y que para nosotros fueron nuestras primeras
experiencias de amar al prójimo sin conocerlo. Estan fueras las primeras
acciones que nos alentaban desde la familia para salir al encuentro del
otro. En mi familia siempre me inculcaron el espíritu de solidaridad,
de amor al semejante. Mis viejos decían que siempre tenemos algo para
compartir, sea material o el tiempo o algún talento; y que nunca debía
refugiarme en el “no tengo nada”. Y ese concepto se refuerza con las
actividades de la parroquia y fue natural luego en la adolescencia
asumir responsabilidades más colectivas.
-¿En qué año ingresa a los Bomberos Voluntarios?
-Fue en 1972 y con una experiencia universitaria y con un formato de
capacitación diferente. En aquellos años la formación era muy
rudimentaria comparada con la actual. Era incipiente y precaria. En
1973, todavía muy nuevo en el Cuartel, me animo a plantear un nuevo
sistema de capacitación que pasaba por la sistematización y la educación
del Bombero con un doble objetivo: apuntalar las cualidades
profesionales que ese servicio requiere y consolidar el concepto de
Voluntario en su concepción espiritual y de servicios.
-Recuerda alguna acción que lo haya marcado…
-Las de resultado feliz alegran y reconfortan el alma, pero no siempre
las tenemos presentes. Las que marcan son las que nos señalan la
fragilidad de la que estamos hechos. Hay que remontarse a la
Gualeguaychú de los años ´70, con mucho rancherío de techos de paja
ubicados en la periferia, muchas veces sin calles de acceso, obviamente
sin teléfonos. Y casi siempre llegábamos tarde al incendio. Porque en
esas barriadas, cuando un rancho se prendía fuego, el vecino en vez de
ir al centro para llamar a los Bomberos, lo primero que intentaba era
agarrar un balde con agua y ayudar. Y cuando nosotros llegábamos,
generalmente estaba todo quemado. Y cuando digo todo quemado no me
refiero a las paredes y al techo: sino a las pocas o muchas pertenencias
de los que menos tienen como la única foto familiar, el mango del hacha
con el que hacían alguna changa y las ropas de los gurises. Y lo otro
que todavía me desgarra es el recuerdo de los accidentes en la ruta,
especialmente cuando nos tocaba “levantar” niños que habían perdido sus
vidas.
-Se quedó mirando la lejanía…
-Me estaba acordando de la vez que nos tocó auxiliar un accidente de un
colectivo en la ruta 14, en un accidente que costó la vida por lo menos
de quince personas.
-¿Cómo fue eso?
-Fue en 1984. Venía un colectivo de la empresa Rojas, interno 50, que
hacía excursiones llevando gente de Buenos Aires para ir a un curandero
que vivía en Brasil y que se llamaba Garrincha. Ellos venían de regreso
del Brasil y entrando en el puente Gualeyán rompe un tensor trasero, se
desvía y choca contra la baranda de cemento de la ruta y cae desde doce
metros de altura, con el techo hacia abajo. Esto fue en junio de 1984 a
las cuatro de la mañana. Señalo la hora porque había niebla cerrada,
frío y parte del colectivo había caído al agua. Cuando nos avisan fuimos
con lo que teníamos: dos autobombas, otros dos vehículos y un jeep que
lo habíamos equipado con un grupo electrógeno para iluminar. Hacía pocos
meses que estaba a cargo de la Jefatura. Cuando llegamos al puente de
Gualeyán y ruta nacional 14, bajamos por una especie de escalera que
tenía el puente. Bajamos a tientas y a ciegas porque el grupo
electrógeno todavía no lo habían puesto a funcionar. Recuerdo que nos
encontrábamos a cada paso con cuerpos y gritos de dolor. Fue una
situación compleja y penosa, con un saldo de quince muertos. El chofer
había logrado salir por sus propios medios por el parabrisas y se subió a
la ruta e hizo dedo a un camionero para dar aviso al puesto caminero
que estaba ubicado en Urquiza al Oeste y la ruta 14, al lado del
aeródromo. A los pocos días falleció el chofer producto del estrés
vivido.
-¿Usted colaboró en el armado del sistema de seguridad del Parque Industrial?
-Los Bomberos formaban parte de la Corporación del Desarrollo. El Parque
Industrial estaba en formación y en 1978 la Corporación le pide a los
Bomberos que confeccionen pautas de seguridad para el predio donde se
iban a instalar las industrias. Me tocó a mí hacer esa tarea y al
ingeniero Romeo Cotorruelo le gustó mucho y así me convocan para hacerme
cargo de la División Seguridad creada recientemente en el Parque
Industrial. La Corporación me ayuda mucho con la capacitación y me envía
a Buenos Aires. Incluso llegué a trabajar en la confección del decreto
nacional 351/79 que es reglamentario de la Ley de Higiene y Seguridad en
el Trabajo. Trabajé específicamente en el Capítulo 18 y el Anexo 7 que
versa sobre incendios. Todavía esa norma sigue vigente. Gracias a esa
ley se crean carreras como Ingeniería Laboral, la de Técnico Superior en
Higiene y Seguridad Laboral, entre otras de similar tenor. Ahí estuve
casi veinte años aprendiendo todos los días sobre el tema seguridad.
Cuando don Enrique Castiglioni deja la presidencia, la comisión
siguiente me saca de esa función, quedo afuera e ingreso a la
Municipalidad de Gualeguaychú, porque ya tenía algunos vínculos.
-¿Cómo eran esos vínculos?
-Durante muchos años hacía para la Municipalidad el Arbolito de Navidad
que estaba en la Isla Libertad. Tenía 53 metros de altura, siete mil
lámparas sin contar los adornos. Era una cosa muy linda y llamativa y
aprovechábamos el reflejo del río. Fue un atractivo. Lo iniciamos en
1982 con un préstamo de la Comisión del Carnaval, que nos cedía
temporalmente las guirnaldas con las que adornaban la calle 25 de Mayo.
El asunto es que después de trabajar en la Corporación ingreso a la
Municipalidad, estamos hablando de finales de la gestión del intendente
Luis Leissa y más de lleno en la primera de Daniel Irigoyen. Luego sigo
en la gestión de Emilio Martínez Garbino y de nuevo en la de Irigoyen.
Se interrumpe en la primera de Juan José Bahillo y en la actual retomo a
las funciones. En cada una se fue perfeccionando el sistema de Defensa
Civil y nunca se ha retrocedido.
-¿Y en la actualidad qué falta?
-Siempre faltarán muchas cosas porque el ansia de superación es
permanente y no tiene límites. Con la tecnología y los monitoreos que se
hacen hay más probabilidades de tener alertas tempranas. Pero si
tuviera que señalar algo que nos falta es crear una autoridad de cuenca
del río Gualeguaychú, que permita tener un mayor equilibrio sobre ese
río y debe comprender desde San Salvador hasta nuestro Departamento. No
hay que olvidarse que Gualeguaychú es la última punta, aguas abajo, y
recibe todo lo bueno o malo que se hace aguas arriba y no afecta
solamente al puerto, sino a los balnearios, a las playas y a toda la
ciudad. Es un tema que no debe demorarse más en debatirse al más alto
nivel.
Por Nahuel Maciel
EL ARGENTINO