jueves, 11 de abril de 2013

Entrevistas - Diálogo con Daniel Hernández

 

Entrevistas - Diálogo con Daniel Hernández

“En mi familia siempre me inculcaron el espíritu de solidaridad, de amor al semejante”

15/03/13 |Daniel Ramón Hernández nació en Pueblo Nuevo el 10 de mayo de 1953. Hijo de Ramón, inmigrante español y empleado del ex Frigorífico Gualeguaychú; y de Noelia Raffo.
“En mi familia siempre me inculcaron el espíritu de solidaridad, de amor al semejante”
“Por parte de mi madre desciendo de chacareros asentados al norte de la ciudad. Una familia conocida por ser ebanista y carpintera. Fueron los que construyeron varios de los altares de la Catedral y todo el maderamen del órgano de nuestro templo mayor”, dirá a manera de presentación. “Soy el menor de dos hijos, y provengo de una familia de trabajadores como casi todos en Pueblo Nuevo. Mi hermano mayor se llamaba Ricardo y falleció hace cinco años”, completará.
Hernández desde la cuna trae el compromiso colectivo de ayudar a la comunidad. No es casual que sea considerado como el alma de la Defensa Civil de la ciudad, aunque él lo niegue y siempre remita “al trabajo en equipo de mucha gente anónima pero responsable”.
En el diálogo que mantuvo con EL ARGENTINO, recuerda sus inicios y anticipa lo que hace falta para mejorar en materia de emergencias colectivas.

-¿Cómo fue su formación inicial?
-Provengo de la escuela pública. La primaria la hice en la querida Escuela N° 10 “Leopoldo Herrera” que hoy lleva el número 9 y está ubicada en Pueblo Nuevo. En ese barrio transcurrió mi infancia. Jugábamos en el potrero del ex Frigorífico y hacíamos “esquina” con los muchachos de la cuadra. La secundaria la hice en el Anexo Comercial del Colegio Luis Clavarino. En cuanto a estudios superiores, hice unos años en la Facultad de Ingeniería en La Plata, que por circunstancias que no vienen al caso quedó inconclusa. Lo que quiero remarcar es que siempre mantuve contacto con mis señoritas maestras, especialmente para el Día del Maestro, ocasión que me acerco para llevarles una flor. Fui educado en el concepto de que las señoritas maestras era toda una autoridad social. Lamento no tener más frecuencia, pero de vez en cuando incluso sigo visitando mi querida escuela de Pueblo Nuevo.

-¿Y la vocación por Defensa Civil?
-Llego por circunstancias complejas y procesos largos. En la década del ’70 se cruzan dos cuestiones: dificultades políticas y sociales críticas para los cuales sentía que no estaba preparado y la conflicto para integrarme a un mundo nuevo como era La Plata en aquellos años. Para colmo me doy cuenta que Ingeniería no era exactamente lo que me llamaba como vocación. Así vuelvo a Gualeguaychú y me acerco, gracias a algunos amigos, al Cuartel de Bomberos Voluntarios.

-Siempre hay una mano que nos lleva. ¿Cuál fue la suya?
-En mi caso fue Miguel Melo, que fue quien me introdujo en el mundo de los Bomberos Voluntarios. Él es mi hermano del alma. Nos conocíamos del barrio, fundamentalmente de las actividades de la parroquia “Cristo Rey”. El padre Elbio Benetti había reunido a un grupo de muchachos entre 14 y 15 años, fundamentalmente para armar grupos de amistad; de hecho se llamaba así “Grupos de Amistad”. Ahí lo conozco a Miguel. Trabajamos colaborando con Cáritas en la erradicación de los ranchos ubicados en los bajos de Pueblo Nuevo, y que comprendía la zona donde actualmente está enclavado el Anfiteatro, sobre la Costanera Sur. Eran rancheríos extremadamente humildes y se hace un plan para crear los Barrios Esperanzas, Yapeyú y Villa María.

-¿Qué hacían?
-A través de Cáritas preparábamos los muebles que serían parte de esos hogares. Con muchas de esas familias que fueron trasladadas sigo en contacto y estamos hablando de casi 45 años atrás. Incluso cuando los visito todavía tienen la mesa en la cocina que nosotros habíamos preparado o el armario o ropero. Es emocionante encontrarse con esos objetos de uso diario y que para nosotros fueron nuestras primeras experiencias de amar al prójimo sin conocerlo. Estan fueras las primeras acciones que nos alentaban desde la familia para salir al encuentro del otro. En mi familia siempre me inculcaron el espíritu de solidaridad, de amor al semejante. Mis viejos decían que siempre tenemos algo para compartir, sea material o el tiempo o algún talento; y que nunca debía refugiarme en el “no tengo nada”. Y ese concepto se refuerza con las actividades de la parroquia y fue natural luego en la adolescencia asumir responsabilidades más colectivas.

-¿En qué año ingresa a los Bomberos Voluntarios?
-Fue en 1972 y con una experiencia universitaria y con un formato de capacitación diferente. En aquellos años la formación era muy rudimentaria comparada con la actual. Era incipiente y precaria. En 1973, todavía muy nuevo en el Cuartel, me animo a plantear un nuevo sistema de capacitación que pasaba por la sistematización y la educación del Bombero con un doble objetivo: apuntalar las cualidades profesionales que ese servicio requiere y consolidar el concepto de Voluntario en su concepción espiritual y de servicios.

-Recuerda alguna acción que lo haya marcado…
-Las de resultado feliz alegran y reconfortan el alma, pero no siempre las tenemos presentes. Las que marcan son las que nos señalan la fragilidad de la que estamos hechos. Hay que remontarse a la Gualeguaychú de los años ´70, con mucho rancherío de techos de paja ubicados en la periferia, muchas veces sin calles de acceso, obviamente sin teléfonos. Y casi siempre llegábamos tarde al incendio. Porque en esas barriadas, cuando un rancho se prendía fuego, el vecino en vez de ir al centro para llamar a los Bomberos, lo primero que intentaba era agarrar un balde con agua y ayudar. Y cuando nosotros llegábamos, generalmente estaba todo quemado. Y cuando digo todo quemado no me refiero a las paredes y al techo: sino a las pocas o muchas pertenencias de los que menos tienen como la única foto familiar, el mango del hacha con el que hacían alguna changa y las ropas de los gurises. Y lo otro que todavía me desgarra es el recuerdo de los accidentes en la ruta, especialmente cuando nos tocaba “levantar” niños que habían perdido sus vidas.

-Se quedó mirando la lejanía…
-Me estaba acordando de la vez que nos tocó auxiliar un accidente de un colectivo en la ruta 14, en un accidente que costó la vida por lo menos de quince personas.

-¿Cómo fue eso?
-Fue en 1984. Venía un colectivo de la empresa Rojas, interno 50, que hacía excursiones llevando gente de Buenos Aires para ir a un curandero que vivía en Brasil y que se llamaba Garrincha. Ellos venían de regreso del Brasil y entrando en el puente Gualeyán rompe un tensor trasero, se desvía y choca contra la baranda de cemento de la ruta y cae desde doce metros de altura, con el techo hacia abajo. Esto fue en junio de 1984 a las cuatro de la mañana. Señalo la hora porque había niebla cerrada, frío y parte del colectivo había caído al agua. Cuando nos avisan fuimos con lo que teníamos: dos autobombas, otros dos vehículos y un jeep que lo habíamos equipado con un grupo electrógeno para iluminar. Hacía pocos meses que estaba a cargo de la Jefatura. Cuando llegamos al puente de Gualeyán y ruta nacional 14, bajamos por una especie de escalera que tenía el puente. Bajamos a tientas y a ciegas porque el grupo electrógeno todavía no lo habían puesto a funcionar. Recuerdo que nos encontrábamos a cada paso con cuerpos y gritos de dolor. Fue una situación compleja y penosa, con un saldo de quince muertos. El chofer había logrado salir por sus propios medios por el parabrisas y se subió a la ruta e hizo dedo a un camionero para dar aviso al puesto caminero que estaba ubicado en Urquiza al Oeste y la ruta 14, al lado del aeródromo. A los pocos días falleció el chofer producto del estrés vivido.

-¿Usted colaboró en el armado del sistema de seguridad del Parque Industrial?
-Los Bomberos formaban parte de la Corporación del Desarrollo. El Parque Industrial estaba en formación y en 1978 la Corporación le pide a los Bomberos que confeccionen pautas de seguridad para el predio donde se iban a instalar las industrias. Me tocó a mí hacer esa tarea y al ingeniero Romeo Cotorruelo le gustó mucho y así me convocan para hacerme cargo de la División Seguridad creada recientemente en el Parque Industrial. La Corporación me ayuda mucho con la capacitación y me envía a Buenos Aires. Incluso llegué a trabajar en la confección del decreto nacional 351/79 que es reglamentario de la Ley de Higiene y Seguridad en el Trabajo. Trabajé específicamente en el Capítulo 18 y el Anexo 7 que versa sobre incendios. Todavía esa norma sigue vigente. Gracias a esa ley se crean carreras como Ingeniería Laboral, la de Técnico Superior en Higiene y Seguridad Laboral, entre otras de similar tenor. Ahí estuve casi veinte años aprendiendo todos los días sobre el tema seguridad. Cuando don Enrique Castiglioni deja la presidencia, la comisión siguiente me saca de esa función, quedo afuera e ingreso a la Municipalidad de Gualeguaychú, porque ya tenía algunos vínculos.

-¿Cómo eran esos vínculos?
-Durante muchos años hacía para la Municipalidad el Arbolito de Navidad que estaba en la Isla Libertad. Tenía 53 metros de altura, siete mil lámparas sin contar los adornos. Era una cosa muy linda y llamativa y aprovechábamos el reflejo del río. Fue un atractivo. Lo iniciamos en 1982 con un préstamo de la Comisión del Carnaval, que nos cedía temporalmente las guirnaldas con las que adornaban la calle 25 de Mayo. El asunto es que después de trabajar en la Corporación ingreso a la Municipalidad, estamos hablando de finales de la gestión del intendente Luis Leissa y más de lleno en la primera de Daniel Irigoyen. Luego sigo en la gestión de Emilio Martínez Garbino y de nuevo en la de Irigoyen. Se interrumpe en la primera de Juan José Bahillo y en la actual retomo a las funciones. En cada una se fue perfeccionando el sistema de Defensa Civil y nunca se ha retrocedido.

-¿Y en la actualidad qué falta?
-Siempre faltarán muchas cosas porque el ansia de superación es permanente y no tiene límites. Con la tecnología y los monitoreos que se hacen hay más probabilidades de tener alertas tempranas. Pero si tuviera que señalar algo que nos falta es crear una autoridad de cuenca del río Gualeguaychú, que permita tener un mayor equilibrio sobre ese río y debe comprender desde San Salvador hasta nuestro Departamento. No hay que olvidarse que Gualeguaychú es la última punta, aguas abajo, y recibe todo lo bueno o malo que se hace aguas arriba y no afecta solamente al puerto, sino a los balnearios, a las playas y a toda la ciudad. Es un tema que no debe demorarse más en debatirse al más alto nivel.
Por Nahuel Maciel
EL ARGENTINO

No hay comentarios:

Publicar un comentario

AHORA TAMBIEN TENEMOS CANAL DE TELEVISIÓN

Si podes ver todos los videos que seleccionamos para compartir desede el canal de television que habilitamos en youtube

que lo disfruten
http://www.youtube.com/user/ambientegchu